se trataba
(idea
de currantes
chispeantes)
de saltar
4000 metros
en menos
de 1 minuto
y la argentina
tras el mostrador
nos informó
amablemente
de las opciones
de registro
en menos
de 1 minuto,
antes
de dejarnos
decidir el pastón
que soltar finalmente.
habría, diría,
3 coches más
en la explanada
a las 4
de aquella
bochornosa
tarde
buena
para volar
literalmente.
visualicé
polvo levantado
sobre hoyos
profundos
con nosotros
dentro rotos
si todo fallaba.
preferentemente
cero alcohol
antes del salto,
dijo sin énfasis
un monitor bronceado.
monte, avionetas
y paracaidistas
nos distraían
la vista
mientras llegábamos
a 2 horas de retraso
de nuestra hora prevista.
disimulábamos
crispación
a nervios sumada
con tal de mantener
más emoción que jiñe
cuando nos dijeron
os toca ya.
tras el amarre y
la información
para una caída segura,
llegaron
fotos y grabaciones
nítidas y únicas
y bromas malas.
ocupamos la avioneta,
nos elevamos y
la presión
fue comiéndonos.
contemplando
carreteras, cochecitos,
valles y nubes
sudábamos y
esperábamos
que alguien
abriera
la portezuela.
sucedió.
me arrimé
al borde,
noté azotes
del viento
y salté
sin escuchar
gritar vamos
a mi monitor.
en los siguientes
20-30 segundos
caí
brutal
y brevemente
por primera vez
en mi mundo
llegando al mundo.
lo siguiente,
lógicamente,
(ya sin presión
ni evasión
ni palabras)
fue poner
en el hombro de mi monitor
el revoltijo de mi estómago.
19
de enero
de 2016,
dsbrdr.
(incluido originalmente
en LO NORMAL SALE SANGRANTE,
autoeditado en septiembre de 2016)