oigamos, notemos
cómo el gran amor disponible
nos necesita (como nosotros
a él) para trascender
pero sigamos siendo
muy humanos, es decir:
mierdecillas que están
en condiciones normales
poco a la altura de merecerlo.
a todas, de un sexo u otro,
retorcidas, secas o frescas,
nos revendieron amores
que unen, desunen,
anonadan, envenenan...
pero vaya con este globo
cabrón... ¿con qué amor
contábamos cuando
un compañero cincuentón,
del cual ves el nombre
en la puerta del vestuario
porque ha muerto su madre
te confirma que se trata de él?
¿con qué amor?
¿a dónde se va
la grandiosidad del amor
cuando ese conductor
de coche médico te dice
que está abatido
porque le llamaba cada día
y ya no lo hará más?
¿a dónde se va en un caso así?
o: ¿de dónde sale y si sale
a qué se le parece?
¿a una palmadita mientras
dice que lo malo será
seguir levantándose?
la espada o
la pared me querrán pero
esta noche miro sudando
un techo, revolviéndome
tanto como mi perola...
¿dirige lo que la mujer
saca del sexo
a lo que le contaron
que da el amor
tras mucho sacrificio?
ambos, tipos o tipas,
se pierden al confirmar
sus entregas. comparten
perder en sus naturalezas.
en eso están igualados
pero ya, ya:
la mujer suele estar
natural y socialmente
más atada a tejer amor
y sexo con el mismo hilo...
y ahora, en el nuevo siglo
cuesta pasar hilos
por muchos pliegues,
¡como en el siglo 20 pasó!
¡pliegues y rotos!
y tanto ellos como ellas
fantasearán
con sentirse desnudos,
transparentando hilos,
protegiéndose...
el problemilla
(mi costurera madre
tal vez lo sabe)
es que no se puede tener
la ropa
tan
tan intacta
cuando se quiere mantener
activo un corazón
(e inditex está
forrándose gracias
a los amorcillos
dados y recibidos).
1
de julio
de 2015,
dsbrdr.
(originalmente incluido
en CIERTO VERDOR,
autoeditado en octubre de 2015)