sigo aún anonadado,
cautivo a las 3 a. m.,
aún sin acertar del todo
a digerir,
a roer,
a esnifar
por qué es
tan fácil,
fácil,
fácil
que me alcancen,
que me aplaudan,
que se tronchen de mí
una y otra y otra vez:
la pena,
arrepentimientos,
melancolía casera,
incomprensión de serie,
resignación escandalosa,
y cada uno de sus primos,
yernos,
tatarabuelos,
suegras y demás
corresponsables
de mis noches
semejantes
al recreo
de la paz.
hace apenas
30 horas repasaba
algunas comas olvidadas
en 17" follaojos
y sus pasos
acercándose
eran mi música.
abrió la puerta,
se sentó
y sucedió:
preguntó.
le hablé
sobre mis ideales
al escribir,
le advertí
que mi mente
no era para ella,
le sugerí que abandonara
en su intento tardío
por entenderme.
insistió.
desistí.
mis argumentos
sólo sirvieron
para cagarla.
abrí la caja
de zapatos
y le di una copia.
lo hojeó,
inexpresiva.
me largué,
arrepentido
casi al instante
del suceso.
curré.
volví.
allí estaba,
gordita,
encorvada,
entretenida,
sentada al borde
del sofá negro
de piel,
con sus gafas
y atención
depositada
en los cagarros
de mis noches cerveceras,
con cada hoja bastarda mía
presionada por sus yemas.
me puse a mojar pan
en el tomate en salsa
y a pinchar y
degustar albóndigas.
la miré.
estaba muy metida
(o eso pensé).
"¿qué?", le solté.
no contestó.
"¿te caigo peor
tras leer esto?",
volví a soltar.
lo acabó y respondió.
"ni mejor ni peor".
me dolió, lo noté.
le recalqué mi arrepentimiento
por dejarle leerme
y entonces
me llamó tarao.
recuperé el librito
y la mandé a dorar chinches.
casi 30 años nos separan.
no puedo pedir nada más.
hace casi 30 que me creó.
29
de julio
de 2011,
dsbrdr.
(originalmente incluido
en CONTRA LOS CUERDOS,
autoeditado en diciembre de 2012)